Cementerio de Vysehrad (Praga)

“Aquí nacerá una ciudad cuya fama y gloria llegará hasta las estrellas”, anunció Libuše hace un tiempo, en el siglo VIII, sobre una colina acantilada a orillas del Moldava, conocida como Vysehrad, señalando el lugar en que se asentaría Praga y donde ella tendría amantes de usar y tirar al río y fundaría una dinastía y habría mil y una guerras e intrigas palaciegas.

Luciana, tal su nombre en español, fue hechicera y vidente. Madre de la bella Praga e hija del patriarca checo Cech, es la mítica princesa pagana que dio origen a la dinastía Přemyslida. Mítica porque su existencia es difícil de comprobar pero no así la de la dinastía que reinó en Bohemia hasta 1306. Cuenta la leyenda que la parte masculina de la tribu le exigió un príncipe ante el descontento de ser gobernados solo por una fémina y ella, aunque afecta al cariño efímero y variado, eligió a un campesino llamado Přemysl Oráč con el que se casó y nombró la dinastía que reinó cuatro siglos hasta la muerte de Wenceslao III, último de la línea real.

Vysehrad, cuya traducción es “castillo alto”, que una vez lo hubo y del que apenas quedan unos restos, es una colina rocosa situada al sur de Praga con excelentes vistas a la ciudad y es donde nacieron todas las leyendas y mitos checos. Es también el lugar donde arribaron los primeros eslavos a la zona, antes ocupada por celtas que habían formado su poblado en está colina. Allí está la Iglesia de San Pedro y San Pablo, del siglo XI; el Parque, donde están los Baños de Libuše, restos de la fortificación gótica, el castillo, una estructura de túneles y pasadizos de un kilómetro de extensión, y también hay un hermoso cementerio, el de Vysehrad, conocido también como de Slavín en referencia al monumento construido entre 1889 y 1893 que fuera diseñado por el artista checo Antonín Wiehl y que contiene en su interior los restos de los héroes nacionales de Chequia. Fue erigido en base a la idea de 1862 de la asociación Svatobor para revalorizar el sentimiento nacional checo en los oscuros e industriales años del imperio austrohúngaro. En el se puede leer una placa que reza “aunque muertos, todavía hablan”.

El cementerio ocupa poco menos de una hectárea y esta pegado a la iglesia. Es un jardín de 600 tumbas muy ordenadas y ostentosas, a diferencia de la bella desprolijidad del camposanto judío del centro de la ciudad, y es allí donde reposan los restos de grandes figuras del arte y la ciencia checa, como el arqueólogo Václav Krolmus, la escritora Bozena Nemcová, y los poetas Vitezslav Halek y Jan Neruda y, especialmente en el mausoleo Salvín, figuras de la patria, próceres y más científicos.

Aunque el lugar funciona como necrópolis desde el año 1260, su actual fisonomía data de 1870 y está basada en el antiguo cementerio de 1660. Antonín Barvitius diseñó las tumbas de mármol de las alas sur y este y Antonín Wiehl hizo lo propio con las arcadas que rodean el fosal para las que respetó el estilo italiano de la arquitectura de la iglesia que lo bordea. De hecho, los techos de bóvedas cruzadas fueron construidos con piedra arenisca traída de la toscana.

Existen varias leyendas en torno a la iglesia y el cementerio. La más conocida versa sobre “la columna del Diablo”, que se halla en el Jardín de Karlach, frente al templo, sobre el cementerio, y que está partida en 3 piezas. Sin un origen definido, podría haber formado parte de la antigua edificación religiosa que allí existía sobre los siglos XI y XII y fuera derrumbada en 1503. Representa la guerra entre lo pagano y lo cristiano, tan arraigada en la historia checa.

Sin embargo, los crédulos de la lucha entre el bien y el mal aseguran que un demonio llamado Zardan, exorcizado de un poseso, aseguró haber traído la columna desde Roma. La historia fue, mas o menos, así: Lucifer habría apostado a un sacerdote de Vysehrad que traería una columna de la basílica de San Pedro, en Roma, antes de que éste concluyera la misa. El cura, con la ayuda del propio Pedro, habría logrado retrasar al demonio y ganó la apuesta. Entonces, para que quedara constancia de lo sucedido, habría arrojado la pieza y la habría partido en tres. Existe dentro del templo un cuadro que escenifica la leyenda.

Actualmente, si uno va atento, puede ver unas 20 damas de blanco merodeando, muchas de ellas, acepciones de Luciana. Para ser precisos, existen en la zona 34 fantasmas catalogados entre los que se encuentran, por ejemplo, una doncella negra que gimotea , exhala un frío glacial y marchita las flores pero, más que dar un susto, nada hace a hombres y mujeres. Hay también perros encendidos en fuego, unos 9, cada uno con características especiales, sin cabeza el más llamativo. Monjes, perros guardianes de carrozas, errantes y solitarios espectros, un mayor francés asesinado en 1742 cuando los galos ocuparon la zona, dos arquitectos ahorcados en los alrededores que intentan estrangular a los viandantes y hasta una rosa blanca que condena mortalmente a quien entra en contacto con ella.

Se dice también que entre las rocas de Vysehrad hay un ejército de hidalgos dispuestos a empuñar sus armas si la defensa de la nación lo requiere. Anualmente, un león despierta de su sueño y ruge a la espera de una respuesta de auxilio. Si no encuentra eco, él y los hidalgos retornan a su letargo hasta la próxima vez.

Yo caminaba por Praga sin reparar demasiado en el recorrido que iba dibujando y, alejándome del centro, di con este lugar al sur, punto cardinal idóneo para lugares melancólicos, de anacrónico romanticismo y hermosos. No sabía lo que ahora sé de esta necrópolis y me detuve especialmente en fotografiar detalles y algunas pocas tumbas. Estuve unas horas por la tarde hasta que empezó a oscurecer y decidí volver al centro donde estaba el hotel.

Bajé por los jardines, circundé la colina a través de su camino, desde donde se ve un viaducto enorme y lejano, y di todo un rodeo hasta que, tal vez un poco trasnochado y dejándome convencer por una vaga ensoñación, vi a uno de los ígneos perros negros que pasean por Vysehrad. Estaba quieto cerca de un banco en la colina, en la parte opuesta al río. Se me acercó con una mueca de cansancio, tal vez un poco hastiado de llevarse puesto en condición eterna. Pude entender que cuida un tesoro pero me pareció algo melancólico y cercano a pesar de sus ojos encendidos. Me olisqueó y aceptó gustosamente un sorbo de becherovka que le ofrecí en la tapa de la petaca. Se relamió, me dejó beber hasta acabar la petaca, y luego empujó con su hocico mi mano indicándome que lo siguiera. No sé porqué, no me sorprendí cuando llegamos a una especie de atalaya medieval y encontramos una de las etéreas formas de la bella Luciana. Él se alejó sin más.

A la mañana siguiente, sin tener un recuerdo claro de lo sucedido, amanecí en la orilla del Moldava, balbuceando palabras en alguna lejana lengua eslava y cansado, muy cansado. Pude ver a mis espaldas la iglesia, la colina y su acantilado.

Encontré una rosa blanca a mi lado.

Con cariño para mi amiga Vanessa.

Mariano Burattini